Sentado a la sombra de uno de los árboles que custodian la entrada de Tucumán Lawn Tennis, Oscar René espera. No tiene apuro: a esta altura de su vida ya no se hace problema por el tiempo ni por los 35 grados del mediodía. De hecho, se pide un segundo café, y entre sorbo y sorbo va devolviendo saludos a los que pasan. Es como un abuelo venerable para la gran familia del “Tennis”, pero entre él y el resto hay una diferencia fundamental: ellos están en el club, él está en su casa. Literalmente en su casa: desde hace varios años vive en el segundo piso del edificio frontal del club, donde están los vestuarios de rugby y hockey. Un acto de justicia poética del destino: nadie conoce los vestuarios mejor que él. Si hasta le gusta pasar las tardes en el de la Primera de rugby, porque es espacioso y fresco, y le queda al lado de su pieza. Esa vecindad ya no un detalle menor: si bien conserva el mísmo espíritu joven y pujante que tenía desde niño, cuando perdió a sus padres y se vino desde Orán para comenzar a ganarse la vida trabajando con un tío en la hostería de Villa Nougués, un par de caídas que sufrió el año pasado le dejaron cierta dificultad para desplazarse. De todos modos, pedirle a Oscar que se quede quieto es como esperar que llueva para arriba: sencillamente, no puede. Hay como una chispa que lo impulsa a levantarse y andar. Y para eso, se vale de un caminador de aluminio que, para sorpresa de nadie, luce tres franjas: una azul, una blanca y otra amarilla. Colores que ama tanto -o casi tanto- como al naranja.
- Mil disculpas por la demora, “Villa”, el tráfico estaba imposible.
- Tranquilo, no pasa nada. Ya he cumplido todos mis sueños. ¿Qué apuro puedo tener?
Eso es -o dice ser- “La Villa” René: un tipo que ha cumplido todos sus sueños. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? ¿Cuántos pueden mirar hacia atrás sin remordimientos ni cuentas pendientes? Bueno, para ser justos, a Oscar le quedaron un par, pero fueron consecuencia del camino que eligió y tampoco es que se arrepiente. Porque la vida y el rugby se lo compensaron de otra forma.
- ¿Te quedó algo por hacer?
- Sí. Me hubiera gustado ir a la universidad y ser arquitecto, porque soy creativo. Y también me hubiera gustado casarme y tener hijos. Sí tuve novia, pero imaginate que no cualquier mujer se banca que te estés yendo a cada rato de viaje con un equipo. De todos modos, el rugby me dio un montón de hijos. Porque eso son para mí los jugadores: los hijos que nunca tuve. Y así los cuidé. Varios me dijeron: ‘Villa’, vos me cuidás más que mi viejo.
El histórico utilero y masajista de Lawn Tennis y de los Naranjas no puede evitar emocionarse cada vez que recuerda todo el cariño que le han brindado. O mejor dicho, que le han devuelto, porque él siempre dio todo lo tenía: su lealtad, sus historias, su sentido del humor y su eterna vocación de servicio. Oscar es un apóstol del rugby. “Yo les decía a los chicos que me dieran sus botines para que se los lustrara. No lo podían creer. Pasa que siempre fui muy detallista. Me gustaba hacer cosas distintas para que los jugadores se sintieran motivados, con ganas de salir a comerse la cancha. Por ejemplo, ponía globos para festejar cuando alguno cumplía años o le daba un premio al jugador más elegante. Lo elegíamos con el capitán”, recuerda “La Villa”, que también solía adornar el vestuario con animales de peluche. Cada uno con su propia historia e identidad. Entre una orca y un elefante asoma una gallina, representativa del apodo del club en el ambiente rugbístico. Y también un gallo. “Ese es el ‘Gallo’ Cabrera. El mejor jugador que tuvo este club”, corrobora Oscar.
Recuerdos de oro
“La Villa” tuvo una vida anterior al rugby. Una en la que se educó en escuela de montaña y en la interacción con los huéspedes pudientes de la hostería de Villa Nougués mientras trabajaba allí, lavando platos o haciendo lo que fuera necesario. “Ahí aprendí a hablar bien, a ser educado. Eso me ayudó a tener éxito en todo lo que hice. Porque mirá que hice de todo, ¿eh? De todo para sobrevivir”, asegura. En ese “de todo”, se incluye haber trabajado de mozo en el Jockey Club, donde aprendió a servir y a jugar al golf. No pudo formar una familia, pero encontró amores casuales mientras vivía en hoteles, pensiones y aguantaderos.
Y un día encontró el rugby. O quizás el rugby lo encontró a él. “Me llevó el ‘Gordo’ (Jorge) Ghiringhelli. Lo recuerdo con mucho cariño. Me enseñó muchas cosas”, agradece. Tras un breve paso como jugador en Corsarios, pasó a Lince de la mano de Guillermo “Willy” Lamarca, hasta que en el 74 Julio Paz lo llevó a Tucumán Rugby. Allí se daría el gusto de ser campeón por primera vez, en el 77. También se ganó su primer mote: “en ese momento tenía rulos, así que me pusieron ‘Rulo’. Antes de ser ‘La Villa’, fui ‘Rulo’. Y lo sigo siendo, del camino del Perú para allá. Aunque en tenis, soy el profesor Oscar René. Nada de apodos”.
Lo del tenis es otra de sus tantas facetas (también fue entrenador y árbitro de hockey, e instructor de bowling durante más de 20 años en el Rancho Grande). Se recibió de profesor de Mar del Plata, en el 81, y luego enseñó durante dos décadas en el Club Médico. “Siempre fui un buen docente. Me especialicé en enseñarle a gente mayor y a personas con discapacidad”, detalla. Mientras tanto, se fue perfeccionando como masajista y utilero.
La década del 80 marcó también la llegada a su hogar definitivo: Tucumán Lawn Tennis. “Me trajo Alejandro Petra. Acá encontré una familia. En ese tiempo, la URT me invitó a trabajar con los diferentes seleccionados. Así logré ser parte de la época dorada del rugby tucumano, con la obtención de títulos y giras por Europa”, resalta.
- ¿Qué lugar te impactó más de los que conociste en tus viajes con la Naranja?
- Varios. Estuve en España, Italia y Francia. Conocí la Torre Eiffel, la catedral de Notre Dame. A veces me pregunto cómo hice para llegar a lugares así, habiéndome quedado solo a los 12 años. Igual, creo que lo que más impactó fue la Federación Francesa de Rugby. Nuestra Unión es muy linda, pero esto era de otro nivel: un edificio impresionante, de cuatro pisos. Había una sala en la que exhibían camisetas de todo el mundo, y entre ellas vi la nuestra, la Naranja. Me emocioné muchísimo. Claro, cómo no la iban a tener, si en esa época venían seguido a jugar con nosotros y los molíamos a palos.
- ¿Recordás alguna historia curiosa de esos viajes?
- Lo único que sabía decir en francés era garçon (mozo), cuando salíamos a comer. Una vez llamé a uno porque me habían traído un plato con queso solo, y yo dije que le faltaba el dulce de membrillo. Después me explicaron que el queso francés era lo máximo y que se comía solo, ja ja.
En el currículum de “La Villa”, además de numerosos títulos anuales/regionales con Lawn Tennis y argentinos con los Naranjas, figura haber sido utilero de Los Pumas en el test match ante Japón que se jugó en Tucumán en el 93.
“Los entrenadores, ‘Pipo’ Méndez y ‘Tito’ Fernández sabían de lo detallista que era yo, así que me dijeron: ‘Villa’, no queremos un vestuario Puma. Queremos un vestuario a la tucumana. ¡Para qué! Sentí un gran orgullo. Aunque más orgulloso me sentí aún cuando nos estábamos preparando para salir y el capitán Lisandro Arbizu, al verme con el escudo de la URT en la ropa, me dijo: ‘Villa, disculpame, yo sé que vos lo amás a Tucumán, pero hace una semana que estás con nosotros. Vos ahora sos de Los Pumas. Y encima del escudo tucumano me puso el de la UAR. Me saltaban las lágrimas”, dijo con emoción.
Ni la edad, ni el calor ni los golpes son capaces de frenar a “La Villa” René. A lo sumo, lo han hecho un poco más lento en su andar, pero nada más. Mientras pueda, seguirá enseñando lo que sabe y aportando lo que tenga a su querido Lawn Tennis.
“Para este club, no tengo más que agradecimiento. Me hizo socio vitalicio, me tramitó la jubilación, me da comida, remedios y un techo. ¿Qué más le puedo pedir, si me ha dado todo? Y especialmente quiero agradecer al presidente, ‘Goyo’ (Gregorio) García Biagosch, que es mi papá, mi mamá, todo”, resume Oscar, quebrado hasta las lágrimas cada vez que repasa todo lo que ha vivido allí en los últimos 40 años.
De hecho, en 2019, recibió en el salón del club un reconocimiento de la URT por sus años de trayectoria y servicio. “Fue un homenaje en vida. ¿Y sabés qué? Creo que me lo gané”, acepta. Y tiene toda la razón.
Punto de vista
Le doy gracias por todo lo que hizo por el club
Por Gregorio García Biagosch, preseidente de Lawn Teenis
De Oscar puedo decir muchas cosas, pero principalmente, que es un buen tipo. Una persona de bien. Por su forma de ser, todo el mundo lo quiere y lo respeta mucho. Está en nuestro club desde hace muchos años, se aquerenció en él y la gente está muy pendiente de lo que necesita. Así como hacía él cuando estaba muy activo, ayudando, corrigiendo, supliendo, auxiliando, siempre atento a lo que el jugador necesitara, dentro y fuera de la cancha. Y con mucha originalidad.
Desde su posición de trabajo, siempre contribuyó, siempre estuvo presente, contra todas las adversidades. Si faltaban recursos o infraestructura, él se las ingeniaba para que no faltara nada. Y hasta el día de hoy sigue aportando, dando pelea.
Por eso, de él solo puedo decir cosas buenas y agradecerle todo lo que hizo por nuestro club. En lo personal, solo me queda decirle: muchísimas gracias, ‘Villa’, ojalá podamos tenerte con nosotros mucho tiempo más para seguir compartiendo buenos momentos.